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Domingo de Pentecostés (B)
Pentecostés, lo mismo que la Epifanía al final de las
celebraciones de la manifestación del Hijo de Dios en nuestra carne, clausura
la cincuentena durante la cual la Iglesia celebra anualmente la Pascua de
Cristo. La encarnación del Hijo de Dios y su resurrección, etapas decisivas de
la historia de la salvación que culminará con el retorno del Señor al final de
los tiempos, están en estrecha relación.
Anunciado por las antiguas Escrituras, prometido por el
Señor en diversas ocasiones, y más explícitamente cuando llegó «la hora de
pasar de este mundo al Padre», el envío del Espíritu imprime, en cierto modo,
su sello a toda la obra redentora del Hijo de Dios, que «nació de santa María
Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado; descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los
muertos; subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos».
La fiesta de Pentecostés celebra el misterio de Dios, que
ha rescatado al mundo por medio de su Hijo, y el misterio de la Iglesia, cuerpo
de Cristo. Por eso el evangelio de las dos misas está tomado de los últimos
encuentros de Jesús con sus discípulos. En el momento de dejar visiblemente la
tierra, Jesús habla a los suyos de su nueva situación en el mundo tras su
partida. El no los abandona. Va a enviarles al Espíritu, el Defensor, para
guiarlos por el camino que conduce a la resurrección junto a él y junto al
Padre.
El Espíritu que recibieron los apóstoles se da también a
todos los creyentes. San Pablo insiste en su acción en cada uno y en la Iglesia
en su conjunto: estructura y unifica el ser del cristiano; da a la comunidad
unidad y cohesión gracias a los diferentes carismas, concedidos abundantemente
para el bien de todos y el desarrollo armónico del cuerpo entero. Al mismo
tiempo, el Apóstol recuerda insistentemente a los creyentes las exigencias de
este don maravilloso.
Pentecostés no es, entonces, un acontecimiento del
pasado, por decisivo que sea. Celebra a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que
se manifiesta día tras día en la tierra y que se revelará a plena luz cuando
vuelva el Hijo del hombre. Pentecostés es algo cotidiano para los que, en
nombre del Señor, piden al Padre que les dé el Espíritu prometido por el Hijo.
Misa del día.
El Espíritu, anunciado por Jesús al llegar «la hora de
pasar de este mundo al Padre», recibido por los apóstoles «al llegar el día de
Pentecostés», anima y guía la vida de los cristianos y de la Iglesia. Hace del
corazón de cada uno morada del Padre y del Hijo. Promesa y prenda de
participación en la resurrección de Cristo, abre a todos los hombres las
puertas de la misericordia divina y reúne a los creyentes en una comunidad de
pecadores perdonados que pueden llamar a Dios «Padre». Impulsa a la Iglesia a
salir de los muros del miedo, para ir, con valentía, a anunciar al mundo entero
la paz y la alegría de Dios. Le recuerda constantemente las enseñanzas del Señor;
abre el corazón y el espíritu al sentido inagotable de las Escrituras
inspiradas, cuya luz permite orientarse en las situaciones más dispares, y
hasta inéditas. Fuente inagotable de juventud, el Espíritu renueva
incesantemente la vida de los creyentes, de la Iglesia y del mundo. Difunde
profusamente sus múltiples carismas para bien y beneficio del cuerpo entero,
que crece al ritmo de los «días ordinarios» de la existencia humana.
En la cruz de Cristo han muerto el pecado y el mal. Pero
la lucha entre la luz y las tinieblas continúa en la tierra y en el corazón de
cada uno de nosotros, donde los «deseos de la carne» y «los deseos del
espíritu» no han acabado de enfrentarse. La lucha es sin cuartel, pero
combatimos como hombres libres y bien armados, porque el Defensor nos protege
de la seducción de los deseos que conducen a la muerte.
La Iglesia, cuerpo de Cristo, respondiendo a su misión,
se construye de ese modo en la unidad e, impulsada por el Espíritu, puede
anunciar el Evangelio a toda la tierra por la fuerza de su predicación y de su
testimonio.
Tal es la amplitud del misterio celebrado en la
solemnidad de Pentecostés. Prometido por Dios desde mucho antes, el fuego del
Espíritu, que consumió y transformó repentinamente el corazón de los apóstoles,
no deja de difundirse, de manera generalmente discreta, a veces espectacular,
entre los fieles, a los que convierte en testigos del Evangelio, y en el mundo,
para que todos los hombres, sin distinción, puedan participar de la salvación.
Pero su acción se percibe a posteriori. Nadie puede presumir anticipadamente de
estar animado por el Espíritu.
PRIMERA LECTURA
De la multitud desorganizada que huía de Egipto, la Ley
promulgada en el Sinaí logró hacer un pueblo dotado de una constitución.
Gracias al Espíritu enviado el día de la fiesta que conmemoraba ese
acontecimiento fundante, los hombres del mundo entero pueden beneficiarse de la
elección divina y de las maravillas realizadas por Dios. Mós aún, desde
entonces cada uno puede oír la Buena Noticia en su propio idioma. Pentecostés
restaura la unidad Tota POT Babel.
Se llenaron todos de
Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Lectura del libro de
los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés,
estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como
de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron
aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de
cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en
Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido,
acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en
su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:
-« ¿No son galileos todos esos
que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra
lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en
Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia,
en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno
los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
Palabra de Dios.
SALMO
Oración y acción de gracias por el don del Espíritu, que
es sabiduría, aliento de vida y fuerza renovadora.
Salmo 103, 1ab y
24ac. 29bc-30. 31 y 34 (R.: cf. 30)
R
Envía tu Espíritu,
Señor,
y repuebla la faz de la tierra.
y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R
la tierra está llena de tus criaturas. R
Les retiras el aliento,
y expiran y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R
y expiran y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R
y yo me alegraré con el Señor. R
SEGUNDA LECTURA
La efusión universal del Espíritu reúne en la unidad a
todos los que confiesan que Jesús es el Señor resucitado. Esta unidad es la de
un cuerpo vivo con diferentes miembros, cuyo buen funcionamiento garantiza la
cohesión y la armonía entre todos ellos.
Hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es
Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un
mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay
diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno
se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo
es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser
muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y
griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para
formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Palabra de Dios.
O bien:
Según el vocabulario de san Pablo, la «carne» designa los
«deseos malos, negativos» que hay que combatir para no verse arrastrado al
pecado, en oposición al «espíritu», que conduce a las buenas obras, a la
santidad. «Hay entre ellos un antagonismo». Superar las emboscadas y
tentaciones que acechan al hombre en el camino de la vida equivale a morir cada
día un poco más a los deseos de la «carne» pecadora, crucificada con Cristo,
para marchar con él, tras el Espíritu.
El fruto del
Espíritu.
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los Gálatas 5, 16-25
Hermanos:
Andad según el Espíritu y no
realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el
espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo
que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de
la ley.
Las obras de la carne están
patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería,
enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo,
sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os
prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el reino de
Dios.
En cambio, el fruto del Espíritu
es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad,
amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo
Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el
Espíritu, marchemos tras el Espíritu.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
ALELUYA
Aleluya, aleluya.
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor. Aleluya.
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor. Aleluya.
EVANGELIO
San Juan evoca aquí sin situarlas en ninguna perspectiva,
las diversas fases del misterio pascual de Cristo, cuyo cumplimiento es el
envío del Espíritu. «El día primero de la semana» es «el día del Señor», el
domingo, en el que la asamblea cristiana se reúne para la celebración semanal de
la Pascua. Estamos ante una de las numerosas páginas del cuarto evangelio con
connotaciones litúrgicas, discretas pero claras. El Espíritu, al difundirse,
permite a todos tener acceso a la salvación alcanzada por medio de la Pascua de
Cristo, obtener «el perdón de los pecados».
Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo.
Recibid el Espíritu
Santo.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el
día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
-«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
-«Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento
sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra de Dios.
O bien:
Al celebrar la eucaristía del día de Pentecostés, la
Iglesia hace «memoria» de la misión del Espíritu Santo, revelada por Jesús
precisamente cuando llegó «la hora de pasar de este mundo al Padre». Testigo de
Cristo glorificado junto al Padre, el «Defensor» concede a los discípulos la
posibilidad de comprender cada vez mejor las enseñanzas del Señor transmitidas
por los apóstoles y guardadas fielmente en la Iglesia.
El Espíritu de la
verdad os guiará hasta la verdad plena.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 15, 26-27; 16, 12-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos: «Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el
Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y
también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.
Muchas cosas me quedan por
deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no
será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque
recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío.
Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará».
Palabra de Dios.
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